07/abril/2015
16:22pm
Añoro esos
días del pasado.
Esos días
que tenían 500 horas para poder hacer cualquier cosa en un día.
Esos días
de sol interminable para poder jugar hasta cansarnos.
Esos días
de lluvia que no nos permitían salir de casa, y aun así nuestro mundo era
genial.
Y esos
días de fiesta, de libre, de “paros”, de vacaciones. Donde la vida era eterna...
Añoro esas
noches de antaño.
Aquellas
noches que duraban el tiempo justo para descansar, pero no le restaban tiempo
al despertar.
Aquellas
noches estrelladas y de lunas llenas o vacías, que nos ayudaban a imaginarnos
nuevos mundos.
Aquellas
noches de promesas, de vernos en sueños, de narrar todo antes, y hacer todo lo
que habíamos quedado mientras dormíamos.
Y aquellas
noches de asalto, de caminar a hurtadillas, para que nadie se entere, y
servirnos un banquete calentado por la “wafflera”…
Añoro aún
más lo que la gente no se acuerda.
Como todo
el tiempo que disponíamos para leer miles de libros en una sentada.
Como el
primer beso, la primera risa que daba dolor en la barriga.
Como jugar a “San Benito” y no permitir que a nadie lleven, “Matatirutirulán” y encontrar nuestras profesiones, “Pupillita” sin pellizcar duro, pero.
Como jugar a “San Benito” y no permitir que a nadie lleven, “Matatirutirulán” y encontrar nuestras profesiones, “Pupillita” sin pellizcar duro, pero.
Y cómo
no, toda la creatividad plasmada en hojas, cuentos, fotos, recuerdos…
Pero lo
que más añoro es que el problema más grande que tenía era responder a la típica
pregunta
¿Dónde
está el Florón?
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